Los contaminantes de la combustión, liberados por la quema de petróleo, queroseno, gas, carbón o madera, son otra de las principales fuentes de toxinas invernales en interiores.
El óxido nítrico y los compuestos orgánicos volátiles irritan los ojos, la nariz y la garganta y, en casos extremos, dañan el sistema nervioso central. La combustión también produce partículas finas o PM2,5, con un diámetro de 2,5 micrómetros o menos. Si estas partículas llegan al torrente sanguíneo o a las profundidades de los pulmones, pueden provocar enfermedades respiratorias y cardíacas, así como con complicaciones derivadas de virus respiratorios.
La mitad de las PM2,5 de un hogar medio proceden de contaminantes exteriores que se abren paso en el interior, pero la otra mitad se origina internamente a partir de la combustión.
Las estufas de leña y las chimeneas utilizadas para calentar las casas son algunos de los peores contaminantes. Las chimeneas de propano también generan PM2,5, aunque en menor cantidad porque se queman más con el gas.
Por supuesto, estos aparatos dan al exterior de la vivienda, pero algunas partículas permanecen en la habitación. Y en las casas más antiguas, donde el aire se mueve con regularidad a través de grietas y juntas y alrededor de ventanas y puertas, “algunas de las partículas que se expulsan al exterior pueden volver a entrar”, dice Nassikas.
Incluso las velas liberan contaminantes de combustión. Un estudio realizado en varias docenas de hogares daneses en invierno descubrió que el uso intensivo de velas durante horas al día causaba casi el 60% de la exposición a partículas en esos hogares.
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