Cocinar es una fuente importante de contaminación por partículas

La mayoría de nosotros quemamos mucho en la cocina, y no sólo cuando dejamos el pan demasiado tiempo en la tostadora. Toda cocina implica calor que genera una gran cantidad de contaminantes de interior. Las cocinas de gas son especialmente problemáticas, porque liberan dióxido de nitrógeno y formaldehído que afectan a las vías respiratorias de las personas. Casi el 13% de los casos de asma infantil en EE. UU. se han relacionado con las cocinas de gas; en algunos estados, como Illinois y California, la cifra se acerca al 20%.

Pero las estufas eléctricas no están libres de peligro. Si huele a quemado al encender la cocina, “es la suciedad que queda y que se aerosoliza al calentarse a altas temperaturas”, liberando partículas, dice Nassikas.

El otro factor es lo que se cena. Los guisos, estofados, pollo frito y otros platos grasos pueden calentar el interior en una fría noche de invierno, pero también generan numerosas PM2,5. Freír en la placa o fogón es lo más contaminante, pero hornear también conlleva riesgos.

“Si se cuece una lasaña, se generan muchas partículas por la alta temperatura y la acción percoladora, y no se quedan encerradas en la caja del horno”, dice William Nazaroff, experto en ingeniería ambiental de la Universidad de California en Berkeley.

Todas las partículas alcanzan su punto máximo poco después de cocinar, pero algunas se han encontrado en el aire de la cocina y el salón hasta 10 horas después, según un estudio publicado en la revista Building and Environment.