El XXXIV Salón de Bellas Artes de Santa Fe, que se inauguró el 25 de mayo de 1957, sorprendió a los visitantes especializados por un aspecto: la gran cantidad de pintura “sin otro tema que el de la composición llamada abstracta”, según indica uno de los artículos realizados por este medio en aquellos días. “Es posible advertir, en algunos casos, gran dominio técnico y la habilidad para convertir los objetos más vulgares en motivos de representación plástica, sin ningún fin documental o descriptivo”, agregaba el cronista. En esa oportunidad, el premio adquisición le fue otorgado a Hugo León Ottmann por su “Composición en azul”.
¿Quién era este notable artista? Un pintor nacido en Rosario en 1920 y fallecido en la misma ciudad en 1997, gestor de un corpus artístico que, puesto en conjunto con algunos de sus contemporáneos, marcó a fuego una época en el terreno cultural del litoral argentino. Profesor de dibujo, Ottmann se destacó por su contribución temprana al modernismo.
Sus primeros trazos intentaron ser un fiel reflejo de la naturaleza, con composiciones naturalistas ejecutadas con remarcable habilidad técnica en el manejo de la acuarela. Sin embargo, a finales de los años ‘40 del siglo pasado, Ottmann abandonó la mera imitación de la realidad para adentrarse, por el contrario, en los principios de la geometría, los cuales comenzaron a moldear su obra en otras direcciones.
Integró más adelante el Grupo Litoral y en 1950, conjunto que llevó a cabo su primera exposición en la Galería Renom. Junto a artistas como Juan Grela, Gambartes y Herrero Miranda, quien era colega suyo en la Escuela Provincial de Artes Plásticas, Ottmann ahondó en las nuevas corrientes artísticas pero apostando a un equilibrio entre lo universal y lo local.
El crítico Fernando Farina sostiene que la propuesta del grupo, que fue el primero de Rosario en obtener resonancia nacional, fue comprometerse con el hombre contemporáneo y las nuevas realidades, a partir de las vivencias del lugar. “Si bien su programa manifestaba explícitamente la necesidad de utilizar ciertos lenguajes universales, nació más propiamente como consecuencia de una oposición de los artistas al peronismo. ‘Sin mecenas -según decía Grela-, aprendimos a ser pintores durante la época de la masificación de los discursos para el pueblo’”.
Ese compromiso con el terruño derivó en imágenes relacionadas con la vida y los paisajes del Litoral, que según la óptica de Farina se sumaron a visiones americanistas realizadas con cuidadas técnicas. “Los pigmentos ocres y azules, que predominan en sus obras, dieron un color característico a sus pinturas”, asegura. La buena recepción entre la crítica y el público local les permitió a los integrantes del grupo el ingreso tanto al contexto cultural de Buenos Aires como a todo el país en la década de 1950.